Han dicho de este eterno enamorado, que no creen en el amor que da.
Dicho han, que no creen en lo sincero de la autenticidad del veraz éste.
Por fin, han dicho incluso de este emprendedor capacitado, que no creen que tenga capacidad de emprender nada.
Sin embargo, nunca habían dicho hasta ahora de este destomatado cieguito, que no creyeran en la mencionada autenticidad de su ceguera.
Y no es que ponga su ceguera en la misma posición que sus demás cualidades, si no más bien, las conjunto con la intención de que se note que las demás características, son tan evidentes como la ceguera del individuo en cuestión (ese soy yo…), y que aunque son evidentes, no las ven… o sea ¡están viendo y no ven! Porque el que no ve, es como el que no mira... ¡y traten de refutármelo!
¿En qué puedo creer ahora? Es tanta la fuerza de la corriente de las creencias de la mayoría de la gente (y como que repetí mucho “de el”, “de la”…), que por momentos he llegado a contemplar imágenes.
¿Inverosímil? Es cierto, lo es, porque no he llegado a contemplar ni patatas fritas, porque como hasta ahora he sostenido y sin cansarme, soy eterna y oscuramente ciego.
Ah, pero no vayan ustedes a figurarse la figura de que me molesta que crean que no creen que yo sea ciego (en qué lío me he metido…). Al contrario, me rellena la boca y la barriga de risa semejantes creencias creídas por el creciente populacho de la muchedumbre en general (¿sigues con lo mismo? ¿pues qué no aprendes?).
En realidad, es incluso un halago para mi ego recientemente maltratado, porque así, puedo constatar en ojos de alguien más (en los míos es materialmente imposible) que me comporto como una persona auténticamente normal, aunque solo sea en apariencia.
Es más, esto me recuerda una experiencia demasiado curiosa y extravagante que tuve al realizar trámites para obtener un documento oficial en el que se certificaba y constataba el hecho de que yo fuera un discapacitado. Dicho documento, como es lógico, no era posible obtenerlo en otro lugar que no fuera en esas lúgubres y cavernosas cuevas oscuras y mohosas localizadas en las oficinas de los edificios de gobierno, en los que trabajan demonios tan horripilantes de los cuales ningún autor ha podido hacer una descripción exacta.
Mismo motivo por el cuál, sucedió lo incomprensible para mi limitado razonamiento. -Para poder iniciar el trámite de tu credencial de discapacitado –me dijo una secretaria que me coqueteó desde el principio a pesar de contar más o menos con 30 años de vida en la tierra- necesitamos primero una constancia médica donde constate el médico tu discapacidad. (Nótese que a pesar de ser una constancia, cabía la posibilidad de que no constatara nada, y por ello la aclaración de la… ¿señorita? A más de que a pesar de ser médica, corría el riesgo de no ser certificada por un médico como tal. Me imagino que esas fueron las razones de su rebuznancia… ¿o no?)
Así pues, con la boca que se negaba a cerrarse, acudí a los servicios médicos del mismo instituto a que un doctor me diera la dichosa constancia, donde dijera específicamente que yo era un discapacitado... ¡como si no fuera suficiente con levantarme los lentes y mostrar los oscuros hoyos negros que cubren las micas! (No tengo qué repetirles las frases iniciales del post, donde aclaro que estoy destomatado… ¿o sí?)
Con todo esto, no pretendo hacer sátira innecesaria de mi condición, porque creo que ya he hecho la suficiente según la circunstancia a lo largo de los escritos aquí. Pretendo, solamente, que quede claro y definidamente sostenido mi estado físico. ¿Con qué propósito? Solamente con el propósito de sumar una entrada más a este espacio, para que no pase demasiado tiempo sin que publique algo.
No, no me afecta como ya dije, en lo más mínimo que no me crean; lo que me afecta realmente es seguir siéndolo a pesar de que no me lo creen… ¡snif!
Y precisamente al respecto, si el planeta y sus leyes físicas, químicas y biológicas fueran regidas por las suposiciones o creencias populares, menudo lío sería nuestra vida.
Así pues, me despido de mi concurrencia con unos hermosos versos del afamado autor Calderón de la Barca, que vienen muy bien al caso, y que es bueno aclarar respecto a dicho autor que es famoso solo entre los que lo conocen… ¿cómo iba a ser si no?
Con cada vez que te veo
nueva admiración me das,
y cuanto te miro más,
aun más mirarte deseo.
nueva admiración me das,
y cuanto te miro más,
aun más mirarte deseo.